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  HOMILÍA DOMINICAL
 

HOMILÍA DOMINICAL



A - Domingo 4o. del Tiempo Ordinario


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Sagrada Escritura:

Primera: Sofonías 2, 3; 3, 12-13
Salmo 146
Segunda: 1 Cor 1,26-31
Evangelio: Mt 5, 1-12a





Nexo entre las lecturas

El tema de las bienaventuranzas concentra la atención en este cuarto domingo ordinario. En ellas Jesús, como nuevo legislador, nuevo Moisés, nos ofrece el camino de la salvación y del gozo en medio de un mundo herido por el dolor y el pecado de los hombres. Un camino inesperado y sorprendente que rompe los esquemas de la persona humana en la búsqueda de la felicidad y de la paz. El hombre pobre, el que sufre, el que llora, el que padece persecución por la justicia es proclamado bienaventurado. Mensaje arduo y no fácil de acoger espontáneamente. Se requiere la meditación y contemplación de la Palabra de Dios para comprender el mensaje de Jesús. El profeta Sofonías, profeta que canta "el día del Señor" con tonos dramáticos y apocalípticos, nos ofrece en la primera lectura una invitación apremiante: "Buscad al Señor, tomad conciencia de vuestra debilidad y vuestra fragilidad, de vuestra pobreza y buscad al Señor, cumplid sus mandatos". San Pablo también aborda el tema de la propia indigencia, pero bajo otro punto de vista: "Considerad vuestra llamada, comprenderéis que es sólo gracia de Dios y que vuestra mayor riqueza es el amor de Cristo". Así pues, este domingo, nos pone de frente a una meditación muy profunda: descubrir en la propia fragilidad y debilidad humana, así como en los avatares, muchas veces tristes, de la vida el amor de Cristo que transforma toda esa realidad en camino de salvación, de felicidad y de paz. El cristiano que vive fielmente su vocación será siempre bienaventurado.


Mensaje doctrinal

1. Jesús el nuevo Moisés. Para Mateo es importante subrayar que Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva ley, la nueva "noticia" del Reino de los cielos. Jesús sube a la montaña, toma asiento e inicia su predicación. Todo ello nos evoca los eventos del Sinaí. Moisés en el Sinaí sube a la montaña para recibir las tablas de la ley y presentarlas después al pueblo. Sin embargo, hay diferencias importantes entre los dos eventos salvíficos. Moisés es invitado a subir a la montaña "hacia Dios" (Ex 19,3; 24, 1.12). Allá recibirá de parte de Dios el decálogo que será la ley del pueblo de Israel. En cambio Jesús, es El que "ha venido del cielo" (Cfr. Jn 3, 13). En efecto nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo. Moisés es instruido sobre la ley, recibe de parte de Dios las tablas y las leyes; en cambio es el mismo Jesús quien "toma asiento" y se pone a enseñar a sus discípulos con plena autoridad. Él es el maestro, Él es el Hijo unigénito del Padre, que estaba junto al Padre. Anuncia un mensaje, unas bienaventuranzas, un camino que es Él mismo. Porque Él mismo es la salvación. El que lo ha visto a Él ha visto al Padre. Él es la nueva Alianza. La ley había sido dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vienen por Jesucristo" (Jn 1, 16). De este modo comprendemos que las bienaventuranzas son específicamente cristológicas. Ellas nos revelan de algún modo el corazón de Jesús, su misión, su entrega al Padre y a los hombres. Ellas no sólo hablan de un contenido de doctrina, sino que ofrecen una síntesis de todo la vida y misión del Señor.

2. La transformación interior. Con frecuencia el hombre sufre la tentación del ocultamiento de Dios. El hombre quisiera que Dios se manifestara con todo su poder de forma que no hubiera lugar a la duda, a la incertidumbre. Los transeúntes y fariseos que contemplaban el dramático espectáculo de la cruz increpaban altaneramente a Jesús: "Si eres Hijo de Dios baja de esa cruz... que baje de la cruz y creeremos en Él" (Cfr. Mt 27,40): También nosotros le decimos tantas veces a Jesús: si verdaderamente eres el Hijo de Dios, manifiéstate en todo tu poder, en toda tu grandeza, acaba con la miseria humana, vence al enemigo, supera el dolor, destierra toda desgracia humana: muéstrate como Dios. Quisiéramos que la irrupción de lo divino en lo humano fuese de tal modo vigorosa y contundente que venciera toda resistencia, todo pecado, todo orgullo y soberbia. Que no dejara lugar al ateísmo y al mal moral. Sin embargo, Dios no actúa así. Dios muestra su grandeza en la pequeñez y en la fragilidad. Dios se revela escondiéndose. Dios respeta siempre al hombre creado a su imagen y semejanza y lo atrae siempre por los caminos del amor y de la humildad respetando su libertad. No se impone desde el exterior avasallando y venciendo con violencia las resistencias humanas, sino que elige un camino mucho más largo y penoso que es la conversión interior del hombre. Dios es de tal modo fiel a su amor por el hombre (Cfr. Salmo 145) que elige aquello que humanamente parece imposible: la conversión interior, la transformación interior del pecador, de aquel que voluntariamente ha cortado la relación de amor con su Creador y Redentor. Toda la liturgia de este día se refiere a la transformación interior del hombre. El hombre ha de buscar a Dios, ha de hacerse pobre en el corazón, ha de caminar por las sendas de la humildad, del llanto, del amor a la verdad, de la conversión del corazón. Así entendida, la vida humana no es sino la historia de un Dios que por caminos misteriosos y sorprendentes busca y actúa la conversión interior del hombre; no es sino el continuo actuar de la Providencia que, a pesar del pecado y de las innumerables miserias del hombre, no deja de actuar sobre él para conducirlo a la casa del Padre. Sólo quien deliberadamente se opone al amor salvífico caerá en el caos y la desesperación.


Sugerencias pastorales

1. Volver a las verdades fundamentales. A lo largo de la vida el hombre debe encontrar un centro interior que oriente y dé sentido a su existir humano. Debe descubrir ese núcleo de verdades fundamentales que lo sostienen y le permiten permanecer en el bien moral cuando muchas esperanzas superficiales van desapareciendo. Esto se aplica no sólo a las personas de edad, en quienes el tiempo ha podido dejar algo de desilusión, sino también a muchos jóvenes "marchitos en la primavera misma de la vida" que han perdido la ilusión de vivir. Todos debemos aspirar a estas "verdades fundamentales" que dan esperanza a nuestro caminar. Se trata de encontrase nuevamente con la razón de la propia existencia, con el amor de Dios, el sentido de la propia dignidad como persona e Hijo de Dios, y de descubrir que yo tengo una misión en la vida y que mi paso por la tierra es temporal y muy breve. Las bienaventuranzas nos invitan precisamente a revisar nuestra jerarquía de valores. Nos ayudan a comprender, a la luz de la eternidad, la relatividad de todo lo creado, la relatividad de los bienes materiales, la relatividad e incongruencia de la búsqueda exclusiva del placer y de la comodidad, la relatividad de los sufrimientos de esta vida. "Buscar nuevamente al Señor" nos propone el profeta Sofonías. Buscarlo en nuestro acontecer personal, buscarlo en mis sufrimientos, en mis penas; buscarlo en mis empresas, en mi familia, en la vida de sociedad y en la historia del mundo. Buscar al Señor significará, ciertamente, orar y hablar con Dios, pero no sólo eso. Buscar al Señor significará conformar mi conducta con sus mandatos, con sus leyes, ¡porque Él es el Señor! ¡Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón!

2. Considerad vuestra llamada. La exhortación de San Pablo es más que nunca oportuna. Cada cristiano, fiel seguidor de Jesucristo, debe considerar su llamada. Es decir, debe considerar su vocación, aquella llamada que Dios le ha hecho a participar en la obra del mundo y en la obra de la redención. Si bien esta exhortación se dirige a todos, encuentra una especial aplicación en aquellas personas que han recibido la llamada a la vida consagrada y sacerdotal. "Considera, hombre de Dios, tu llamada", date cuenta de que has sido asociado al amor Redentor de Cristo de manera estrechísima. Eres posesión de Dios. Ya no eres siervo, eres amigo de Dios. Te debes al anuncio del evangelio, eres religioso o religiosa por Dios y para Dios. Eres sacerdote, Alter Christus. Se trata de experimentar la inmensa alegría de ser "posesión de Dios". Se trata de reavivar el amor del primer día. Se trata de descubrir que todo en nuestra vida es gracia, don de Dios, regalo de Dios… Gratis lo hemos recibido, gratis lo debemos dar a los demás. ¡Qué hermoso volver a considerar la llamada y tener ante nuestros ojos la dignidad con la que hemos sido revestidos! Pertenecemos a Dios a pesar de nuestras fragilidades y miserias como dice el libro de la Sabiduría: Aunque pequemos, tuyos somos, porque conocemos tu poder; pero no pecaremos, porque sabemos que somos contados por tuyos. (Sab 15,2). Hemos sido puestos como pasarela entre Dios y los hombres, es decir, como un puente pequeño y frágil pero que conduce a Dios y anticipa el Reino de los cielos. Hemos sido constituidos ministros de la nueva Alianza, consagramos el cuerpo de Cristo, perdonamos los pecados en persona de Cristo. Somos personas consagradas que hacemos presente el Reino de Cristo.

Considera tu llamada y no permitas que el pecado, la mentalidad del mundo, la fuerza de las pasiones, el cansancio en la práctica de la virtud te hagan abandonar tus altos compromisos. ¡Sé fiel a tu llamada! ¡Sé fiel a la palabra entregada, porque Dios es fiel y Dios está contigo hasta la consumación de los siglos! No desesperes por la salvación de las almas. Dicha salvación pasa por la cruz que hoy llevas en medio de tan grandes luchas y trabajos. Trabaja por el evangelio con las fuerzas que Dios te dé.

A - Segundo domingo de Cuaresma

17-02-08

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Octavio Ortíz

Sagrada Escritura

Primera: Gen 12, 1-4a
Salmo 32, 4-5.18-19.20 y 22
Segunda: 2 Tim 1,8b-10
Evangelio: Mt 17, 1-9





Nexo entre las lecturas

Nuestra mirada se dirige hoy al tema de "la llamada de Dios" como elemento que unifica la liturgia. La llamada se dirige primero a Abraham. Lo invita a salir de su tierra, a dejar a la espalda las apoyaturas humanas y a confiarse entera y filialmente en el Señor y en su promesa: "en ti bendeciré todas las familias del mundo" (1L). La llamada se dirige también a Timoteo por medio de Pablo: "toma parte en los duros trabajos del evangelio con la fuerza que Dios te dé". Es esencial en la vida del cristiano "tomar parte en la vida de Cristo", especialmente en su misterio pascual: muerte y resurrección (2L). Pero esta llamada de Dios en Cristo se hace más evidente en el evangelio: Cristo llama a Pedro, Santiago y Juan a subir a una montaña alta y los invita a "tomar parte" en la transfiguración. Poco después los llama a descender del monte y a emprender decididos el camino de Jerusalén, camino de la Pasión (EV).


Mensaje doctrinal

1. La iniciativa de Dios. La historia de Abraham muestra claramente que es Dios quien toma la iniciativa en relación con la vocación de los hombres. El Señor le sale al paso y le muestra un plan sorprendente, inesperado y desproporcionado a sus posibilidades. "Sal de tu tierra...". "Haré de ti un gran pueblo". "En ti bendeciré todas las familias de la tierra". Abraham sale de su tierra, se encamina por un sendero dejando atrás planes personales, posesiones, y la seguridad de su tierra y de su parentela para emprender un camino que lo conducirá a una nueva tierra, una nueva historia, una nueva descendencia. Abraham es un personaje importante en la teología de la historia. Es el hombre de la promesa, el hombre dócil a la iniciativa de Dios. El hombre que se deja guiar por la Voluntad salvífica de Dios por encima de sus proyectos personales. Sale de su tierra confiando sólo en la promesa de Dios. Su actitud es de una obediencia y confianza absolutas y nos enseña que a Dios que se revela se le debe el obsequio del entendimiento y el asentimiento de la voluntad. Así Abraham se orienta hacia una grandeza que es la grandeza de Dios.

Por su fidelidad Abraham se convierte en sí mismo en una bendición de Dios. Se hace de algún modo don de sí mismo para los demás. Será él el eslabón de una cadena que llevará la bendición de Dios para los pueblos. En realidad todo aquel que se abandona a la llamada de Dios se convierte en una bendición. En Abraham comprendemos que el sacrificio que implica la obediencia fiel al plan de Dios es fuente de fecundidad espiritual, de gracia y de bendición. Quien se confía sinceramente a Dios no queda defraudado en nada. Dios es fiel.

2. El rostro de Cristo. La carta Nuovo Millennio Ineunte dice en el número 23: "Señor, busco tu rostro" (Sal 2726,8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho "brillar su rostro sobre nosotros" (Sal 6766,3). Al mismo tiempo, Cristo, Dios y hombre, nos revela también el auténtico rostro del hombre, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre". Es precisamente este rostro el que contemplamos en el pasaje de la transfiguración. En el rostro de Cristo en el monte resplandece la gloria del Padre, se percibe la profundidad de una amor eterno e infinito que toca las raíces del ser. En este rostro transfigurado el hombre reconoce la profundidad del misterio de Cristo. Los apóstoles descubren con nueva claridad que en Cristo habita la plenitud de la divinidad, que Él es verdadero hombre y verdadero Dios. El concilio de Calcedonia lo expresa en estos términos: "Una sola persona en dos naturalezas. Sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible son la divina y la humana". El hombre está invitado a descubrir en el rostro de Cristo el amor humano-divino del redentor. Está invitado a descubrir, como los apóstoles en el Tabor, que "es muy bueno permanecer junto a Él". Está invitado como San Pablo a hacer experiencia de aquel que "me amó y se entregó a sí mismo por mí". El hombre que desea comprenderse a fondo a sí mismo debe mirar a Cristo (Cfr. Redemptor Hominis 10).


Sugerencias pastorales

1. El sufrimiento y el dolor son una experiencia humana que toca a todos los hombres. Esta experiencia pone a dura prueba las convicciones profundas de la persona humana. ¿Cómo puede un Dios omnipotente y soberano permitir o querer esta noche de dolor que me oprime? ¿Por qué no interviene? Son preguntas irrenunciables que el hombre debe plantearse y resolver. Es el escándalo de la cruz. La meditación serena y profunda del rostro transfigurado de Cristo nos ayuda a resolver el enigma de nuestra vida con sus penas y sufrimientos y a vivir en la esperanza del encuentro definitivo con Dios. El fruto del Jubileo del Año 2000 decía el Papa debe ser la "contemplación del rostro de Cristo" (Nuovo Millennio Ineunte 15). Y en la carta a los jóvenes añadía: Al hombre le es necesaria esta mirada amorosa de Cristo; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad. Al mismo tiempo, este amor eterno de elección divina acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de Cristo. Y acaso con mayor fuerza en el momento de la prueba, de la humillación, de la persecución, de la derrota, cuando nuestra humanidad es casi borrada a los ojos de los hombres, es ultrajada y pisoteada; entonces la conciencia de que el Padre nos ha amado siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, se convierte en un sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana. Cuando todo hace dudar de sí mismo y del sentido de la propia existencia, entonces esta mirada de Cristo, esto es, la conciencia del amor que en Él se ha mostrado más fuerte que todo mal y que toda destrucción, dicha conciencia nos permite sobrevivir (Dilecti Amici).

2. En nuestra vida parroquial podemos promover esta contemplación del rostro de Cristo por medio del amor a la Eucaristía. En ella Cristo está real, verdadera y sustancialmente presente. La adoración eucarística en favor de las vocaciones es algo que une a los fieles y les motiva para rogar al dueño de la mies que nos envíe operarios. La promoción entre los niños y los jóvenes de los 15 minutos de visita a Jesús sacramentado. La comunión frecuente y la acción de gracias. La formación del grupo de monaguillos. Las procesiones eucarísticas en las misiones de evangelización. La colaboración en la catequesis de los niños que se preparan a recibir su primera comunión. Todos estos son medios que nos ayudan a contemplar y descubrir el rostro de Cristo.

 

 
   
 
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